
En el transcurso de las últimas dos semanas, Oriente Próximo ha experimentado una escalada de proporciones inusitadas que ha puesto en jaque el frágil equilibrio de seguridad regional. El desencadenante de esta crisis se remonta al 13 de junio de 2025, cuando las fuerzas aéreas israelíes ejecutaron la operación “León Creciente” contra varias instalaciones clave del programa nuclear iraní. A ello siguió, nueve días después, la intervención directa de Estados Unidos con un bombardeo selectivo contra las plantas de Natanz, Fordow e Isfahán. Irán, por su parte, respondió con un ataque de escasa envergadura —aparentemente más simbólico que efectivo— contra la base estadounidense de Al Udeid, en Catar. El pulso se cerró el 23 de junio con un alto el fuego mediado por actores internacionales, si bien las secuelas de estos sucesos auguran un periodo de tensión prolongada.
Antecedentes y raíces de la rivalidad
La rivalidad entre Israel e Irán hunde sus raíces en el vuelco geopolítico operado tras la Revolución Islámica de 1979. El nuevo régimen teocrático persa, hostil al Estado hebreo, inició una política de apoyo a grupos armados —Hezbolá en el Líbano, la Yihad Islámica en Gaza— que buscaban minar la posición de Israel. En paralelo, el programa nuclear iraní, oficialmente con fines civiles, fue percibido por Jerusalén y Washington como una amenaza existencial. La retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA) y la reinstauración de sanciones en 2018 agudizaron todavía más la desconfianza mutua y propiciaron una serie de acciones encubiertas: ciberataques, sabotajes en plantas de enriquecimiento y asesinatos selectivos de científicos iraníes. Este historial de hostilidades encubiertas sentó el escenario para una confrontación abierta con consecuencias imprevisibles.
“León Creciente”: la fase aérea inicial
El 13 de junio, a primera hora de la madrugada, decenas de aviones de combate israelíes penetraron el espacio aéreo iraní por distintas rutas —sobrevolando territorio iraquí y jordano— para atacar con precisión quirúrgica cuatro objetivos principales:
- Natanz: planta subterránea de enriquecimiento de uranio, núcleo del programa nuclear teórico-civil de Irán.
- Fordow: instalación fortificada bajo la montaña, reservada a concentraciones de uranio de alta pureza.
- Isfahán: centro tecnológico y de investigación en láseres de alta potencia.
- Parchin: complejo militar vinculado a pruebas de explosivos y desarrollo de detonadores avanzados.
El ataque combinó misiles de crucero y bombas guiadas por láser, diseñadas para limitar los daños colaterales. Según fuentes oficiales israelíes, el propósito era degradar la capacidad iraní de enriquecer uranio más allá del 20 % sin destruir por completo los túneles de Fordow, lo que habría supuesto una escalada aún más drástica. Irán reconoció posteriormente un centenar de bajas, entre personal de seguridad y técnicos, y daños “significativos” en equipos de centrifugado, si bien evitó detallar la magnitud real de las pérdidas.
Reacción diplomática preliminar
La comunidad internacional reaccionó con alarma. En una sesión extraordinaria del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), el director general instó a todas las partes a “ejercer máxima moderación” y preservar el TNP. Mientras tanto, Rusia y China condenaron con dureza lo que calificaron de “agresión unilateral” de Israel, subrayando la necesidad de reactivar las negociaciones nucleares bajo auspicios multilaterales. Desde Europa, Alemania y Francia llamaron a evitar una espiral de represalias que pudiera amenazar el suministro energético global, pues cualquier cierre del estrecho de Ormuz impactaría en la cotización del crudo y, por extensión, en el crecimiento económico mundial.
La intervención de Estados Unidos
El 22 de junio, la Casa Blanca dio un paso más allá de su habitual retórica de apoyo a Tel Aviv y autorizó un ataque con proyectiles de crucero Tomahawk lanzados desde buques en el Golfo Pérsico y misiles aire-superficie lanzados por bombarderos B-2 Spirit desde bases en territorio estadounidense. El objetivo: neutralizar las capacidades de enriquecimiento en Natanz y Fordow, así como los sistemas de centrifugado recientemente instalados en Isfahán.
Según el Pentágono, la operación se planificó con los siguientes criterios:
- Precisión quirúrgica: minimizar daños civiles y afectar únicamente a infraestructuras asociadas al programa nuclear.
- Escalabilidad controlada: dejar abierta la posibilidad de nuevas misiones en función de la respuesta iraní.
- Demostración de respaldo: enviar un mensaje claro de respaldo incondicional a Israel.

En contraste con la operación israelí, los ataques estadounidenses destruyeron buena parte de los módulos de centrifugado y sistemas auxiliares de refrigeración, aunque respetaron los túneles subterráneos de Fordow. El Gobierno norteamericano justificó la acción en un memorando clasificado que señalaba la inminencia de la obtención de uranio militar por parte de Irán, algo que Washington había monitorizado de cerca tras la reactivación parcial de las inspecciones del OIEA.
El contraataque medido de Irán
Lejos de contestar con una oleada masiva de misiles, Irán optó por lo que muchos analistas calificaron de “respuesta simbólica” o “medida de control de daños”. En la noche del 23 de junio, misiles de corto y medio alcance Zolfaghar y Fateh surcaron el cielo del Golfo con destino a la base aérea estadounidense de Al Udeid, en Catar. De los 14 proyectiles lanzados, 13 fueron interceptados por el sistema antimisiles Patriot de las fuerzas cataríes y uno llegó a sobrevolar la pista de aterrizaje sin explotar, al parecer por un fallo deliberado en el encendido del sistema de detonación.
Este gesto, aunque técnicamente insuficiente para ocasionar bajas o daños materiales, sirvió a Teherán para “guardar las formas” y mantener la narrativa de que había actuado en legítima defensa, sin provocar una respuesta desmedida que pusiera en riesgo su estabilidad interna. Irán declaró haber alcanzado “los objetivos mínimos” y subrayó que, de repetirse los ataques, su siguiente respuesta “sería mucho más dolorosa”.
Efectos en el tablero regional
La escalada provocó varias reacciones inmediatas en países vecinos:
- Arabia Saudí: suspendió temporalmente las operaciones de sus refinerías cercanas al Golfo, anticipando eventuales cierres del paso de barcos petroleros.
- Qatar: ejerció de anfitrión y de receptor de diplomáticos de terceros países que acudieron a velar por la seguridad de sus ciudadanos y activos.
- Turquía: ofreció sus buenos oficios para mediar, pese a sus propias tensiones con Irán.
- Emiratos Árabes Unidos: reforzó la protección de sus instalaciones offshore ante el temor de un ataque indirecto.
El movimiento coordinado de flotas navales de EE. UU., Reino Unido y Francia en el Golfo Pérsico pretendía disuadir a Irán de nuevos asaltos contra barcos comerciales y bases militares aliadas.
Impacto económico y energético
Los mercados reaccionaron con volatilidad. En la apertura del 24 de junio, el barril de Brent escaló hasta los 85 dólares, frente a los 78 que marcaba el día anterior, mientras que el WTI subió de 75 a 82 dólares. Sin embargo, tras el anuncio del alto el fuego, los precios retrocedieron hasta estabilizarse en torno a 80 dólares, reflejo de la incertidumbre persistente pero también de una oferta que no se vio interrumpida de forma efectiva.
En el plano bursátil, los índices europeos cerraron al alza, impulsados por valores defensivos y del sector energético, en tanto que las aseguradoras de riesgos geopolíticos registraron una demanda histórica de coberturas.
Reacciones de la comunidad internacional
La intervención estadounidense, a diferencia de las operaciones israelíes previas, suscitó un debate más intenso en foros multilaterales. China remitió una nota diplomática a la ONU denunciando la “ruptura del statu quo” y solicitando la convocatoria de una sesión especial del Consejo de Seguridad. Rusia, por su parte, abstuvo su voto en una resolución de condena, reclamando asimismo “evitar medidas unilaterales” que pudieran socavar los instrumentos de no proliferación. La Unión Europea, representada por la alta representante de Política Exterior, hizo un llamamiento a “retomar el diálogo nuclear bajo la égida del JCPOA”, proponiendo el envío de un nuevo grupo de expertos del OIEA para evaluar los daños.
Estado actual del programa nuclear iraní
Apenas se conoce con precisión la dimensión del impacto. El OIEA ha confirmado la pérdida de hasta un 40 % de las centrifugadoras operativas en Natanz e Isfahán, pero advierte que la infraestructura de respaldo y la capacidad de reconstrucción podrían permitir a Irán recuperar parte de su ritmo de enriquecimiento en pocos meses. La fortaleza geológica de Fordow, excavado a centenares de metros bajo tierra, garantiza que la República Islámica mantenga un núcleo mínimo de producción.
Analistas independientes recuerdan que, tras exposiciones previas a ciberataques y sabotajes, Irán ha perfeccionado sus protocolos de dispersión de equipos y dispone de plantas “invisibles” en ubicaciones remotas para amortiguar futuros embates.
Perspectivas a medio y largo plazo
El alto el fuego instaurado el 23 de junio, mediatizado por Estados Unidos y otras potencias, es en buena medida una pausa táctica. Para evitar que el conflicto reemprenda con violencia mayor, será necesario:
- Restablecer canales de comunicación directa entre Washington y Teherán, posiblemente con intermediación europea o de Suiza.
- Reactivar las inspecciones del OIEA con plenas garantías de acceso a todas las instalaciones.
- Abrir un cauce diplomático paralelo que aborde preocupaciones de seguridad de ambos actores, desde misiones de paz hasta acuerdos de no agresión.
- Asegurar la libertad de navegación en el estrecho de Ormuz, quizá estableciendo un contingente multinacional de supervisión.
Está también en juego la credibilidad de las organizaciones de no proliferación y, en última instancia, la estabilidad energética global: cualquier nueva alteración en el flujo de crudo desde Oriente Próximo tendrá un efecto dominó sobre economías emergentes y desarrolladas.
En Resumen
La crisis recién concl uida deja una doble lección. Por un lado, muestra que la disuasión convencional —bombardeos selectivos y demostraciones de fuerza— conserva su vigencia como herramienta táctica para frenar desarrollos percibidos como amenazas existenciales. Por otro, evidencia que la ausencia de un marco diplomático sólido y compartido condena a la región a un ciclo repetitivo de hostilidades y fracasos concertados.
Aunque el alto el fuego ofrece un respiro, la sombra de la desconfianza persiste. El equilibrio de poder en Oriente Próximo, delicado por naturaleza, exige ahora gestos de buena fe y un compromiso renovado con los mecanismos multilaterales. Si ello no ocurre, la próxima fase de esta pugna podría resultar aún más devastadora, con consecuencias impredecibles para la seguridad global y la propia supervivencia del sistema internacional de no proliferación.